PARA-PARA-PARADISE

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miércoles, 21 de septiembre de 2011

Una casita amarilla, rodeada por un adro, un patio, una huerta, un lavadero, un corral. Un granero. La puerta era marrón y de madera maciza, y daba entrada al pasillo. A mí me parecía enorme la estancia, un suelo que intentaba simular piedra, unos muebles, unas puertas... La cocina, a la antigua, con televisión y un pequeño sofá rojo. La cocina de hierro en el medio con todo un asiento alrededor. No me solía gustar la comida, pero nunca he comido bien. Recuerdo a mi abuela haciendo las camas, el baño en tonos azules en el que hacía mucho frío, la cama donde él dormía. Lavar las manos en el lavadero, verla a ella recoger los huevos y escapar del perro.


Todo ha cambiado tanto... Todo se ha vuelto más pequeño pero nada ha cambiado de tamaño. Un tabique por aquí, cemento encima de la tierra y pintura nueva. Nunca creí que se le podría coger cariño a sitios como ese, que apenas recuerdas, y que tras verlos irreconocibles añoras lo anterior, sobretodo a los que ya no están.