Entonces se paró el tiempo. Los giros se quedaron estáticos, las faldas de los vestidos se mantenían en el aire, las paredes seguían siendo un borrón con manchas como caras y los ocupantes de la pista conservaban intacta su expresión de concentración para no colocar el pie equivocado.
El tiempo se paró cuando ella vio aquellos ojos. Y se quedó parado durante el tiempo necesario para que ella pudiese observar los ojos con detenimiento, y la cara. Lo suficiente para apreciar la belleza.
Luego todo cobró velocidad, pero demasiada. Había que recuperar el tiempo perdido y el compás iba al doble de velocidad. Las paredes ya no había tiempo para que fuesen vistas. La cabeza le daba vueltas del mareo por la rapidez de los giros y cuando se sentó no volvió a ver los ojos ni la cara. Sólo se quedó con aquella sensación de vacío en el estómago y mareo en la cabeza.
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